Esta es la ciudad vitalista y poderosa en la que se desarrolla la infancia de Felipe IV, nacido en 1605 y rey a los 16 años, tras la muerte de Felipe III en 1621, hasta 1665. El reinado de este monarca, el Rey Planeta (el rey sol, porque el sol era el cuarto planeta, sobrenombre que le copiará su sobrino, el rey de Francia Luis XIV) va a protagonizar un capítulo brillante del SIGLO DE ORO.
El futuro Felipe IV será un príncipe rebelde. De su instrucción se encargará el Conde Duque de Olivares, un enérgico hombre de estado procedente de la baja nobleza, universitario de Salamanca, que inculcará en el príncipe el amor por la literatura, la música y la pintura. (Pasando por humillaciones hasta conseguir el favor del joven príncipe; es conocida la anécdota de cómo el príncipe trató de humillarlo una noche, ordenándole retirar su orinal y Olivares lo hizo, basándolo).
De la mano de Olivares llegará a Madrid, su paisano, el sevillano Diego de Velázquez. Su talento será reconocido por toda la Corte, pero el primero en reconocer al genio será el propio rey, un gran experto en pintura, que lo nombrará aposentador y pintor real.
